¿Cómo cuidamos nuestra escuela? cuidándonos a nosotras mismas, a nuestras niñas y niños y a los que llegan desde el abrazo amable de pertenencia, el ofrecer una puerta abierta a la participación, la posibilidad de ser y estar en una escuela viva que crea y se recrea, construye y se reconstruye proyectándose hacia un cambio real, donde lo imposible se torna posible.

 Cogitāre: pensar, cuidar.

Cuidar la escuela es pensar en la humanidad .

Perderse en el bosque bajo el tronar de los cielos, hambre en la boca del estómago, lluvia sobre el cuerpo entumecido y los pies llenos de barro… En un claro del bosque se abre una dulce puerta de caramelo que deja entrever una chimenea viva de fuego…. ¿Quién no entraría? Todas las niñas y los niños del mundo querrían ser Hansel y Gretel…Y si fuera esa casita de chocolate una escuela, pero esta vez, tal y como la sueñan los niños/as, un hogar dulce, acogedor, tranquilo, dónde los cuentos sean realidad, un presente mágico en el que los ogros, las brujas y los monstruos jamás puedan entrar. La casa que protege del mayor de los peligros, el lugar donde la infancia vive por siempre.

La escuela pública Palomeras Bajas abre su dulce puerta cada curso y deja entrar a las niñas y a los niños con un abrazo que les cobijará los fríos inviernos del resto de su vida.

Porque como decía Rilke creemos en “la verdadera patria del ser humano, la infancia”. Por ello, abrimos el curso recibiendo a todas las personas que crecerán y nos harán crecer (familias, profesorado y alumnado), qué mejor recibimiento que un pequeño espectáculo y un regalo de bienvenida para regresar a casa.

Esa mañana la almohada inquieta hará despertar de un sueño a otro sueño. Un lugar en el mundo dónde saben que pertenecen. Una escuela donde se comprende la diferencia como algo esencial de la naturaleza. La diferencia como componente   imprescindible para la gran inteligencia de lo colectivo.

Como dijo Jung: “nacemos originales y morimos copias” y por ello, respetamos y acogemos esa base original, la regamos, la mimamos, la escuchamos para que cada ser pueda ser quién es en el mundo, irrepetible y verdadero.

Desde esa idiosincrasia del individu@ se construye el gran organismo social lleno de vida, divergente, colorido y auténtico.  Desde un plano aéreo, se podría ver una gran colmena en nuestro patio, repleta de abejas distintas, dónde todas se unen para el mismo fin, vivir por y para esa sociedad, que en este caso es la escuela donde se abraza lo común, lo que es de todas/os, lo que pertenece a todo ser humano. De esa forma se puede contemplar el microcosmos de la convivencia social. La mejor preparación para la vida, desde la vida.

Su maestra/o les espera para recibirles. Todas y todos tendrán su abrazo y su beso.  Para algún@s, quién sabe si el primero desde hace tiempo. Las familias charlan, se reencuentran, conversan de las vacaciones, los cambios físicos de las hijas/os, el nuevo curso, las nuevas etapas, el encuentro con la misma o diferente maestra/o… No saben qué va acontecer en ese espacio que se brinda de bienvenida. Muchas de ell@s piden permiso en sus puestos de trabajo sólo para compartir ese momento de recibimiento con sus hij@s.

Todo tiene aroma de sorpresa y de ilusión. Lágrimas y risas aparecen en los primeros abrazos. Las niñas y niños saludan a la maestra que los despidió en junio y no saben si acudir a los brazos de la nueva. Así también, la maestra/o se despide de su antigua clase para acoger a la venidera. En otras ocasiones, es más fácil, puesto que ese curso permanecerá de nuevo y su vínculo sólo tiene que seguir creciendo.

 

Así que ese primer día ser abre con una sorpresa, este curso 2019/2020 celebramos los cincuenta años de escuela, cincuenta años de risas, de juegos, de reflexiones, cincuenta años de esperanzas de maestras y maestros que creyeron en el poder transformador de la escuela. Hace cincuenta años que seguimos regando semillas con fruto de justicia social y alas de libertad. Sembrando campos inmensos de democracia verde, democracia entre “siemprevivas”.

Aprovechamos la ocasión para recordar los 100 años del nacimiento de Rodari… quién expresó que “La escuela no sólo era para que seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo” y regalamos a cada aula una piñata con plumas, memorias de pájaros, memorias de libertades.

Antes de que el bullicio de las aulas escale por las paredes, los primeros días de septiembre, un grupo de maestras/os reciben al nuevo profesorado mostrándoles su nueva casa. Les explican la esencia de nuestra escuela, desde la “comisión de acogida”, así nació, para acoger. Paseamos por los rincones llenos de voces antiguas, narran nuestra historia diferentes maestras de cada ciclo, para ofrecer siempre diversas miradas.

Más tarde, la primera reunión de claustro se entrega un regalo en relación con la temática del año. Este curso, recibimos un papel para escribir un deseo, todos se mezclaron y cada persona leyó uno…quién sabe si llegó a” ese lugar de tiempos remotos, dónde solo bastaba desear para que se cumpliera…” Por si acaso, los lanzamos junto al soplo de una vela para que ascendieran.

Nuestro proyecto será transmitido en diversas reuniones para acompañarlas en el sendero de siembra. Una maestra/o antigua será compañera/o de la persona nueva. Ayudará a construir y hacer participar a la persona recién llegada en la vida escolar día a día. Resolverá las preguntas pedagógicas, de funcionamiento… que vayan surgiendo. Crear un equipo es crear una sociedad donde todo el mundo cabe.

Al tiempo, desde infantil se realiza una reunión de bienvenida para las familias nuevas, acercándoles al proceso de aprendizaje, la organización, las bases pedagógicas y sobre todo a la participación. Ellas y ellos estarán los primeros días cerca de sus hijas/os elaborando su buzón, así como, su libro de vida… El aula está abierta para todas, el miedo al desapego se marcha por la abertura, los llantos iniciales se tornan en sonrisa.

En otro rincón de la escuela, desde la comisión de coordinación del AMPA, preparan el recibimiento de las nuevas familias. Les entregarán una carpeta con documentos necesarios para las gestiones, así como, un calendario con fotos del curso anterior. Y un vaso verde con el logotipo de la escuela, éste será utilizado en cada chocolatada, limonada o evento festivo, de esta forma, se ayuda al medio ambiente y por qué no, a crear ambiente, pequeños detalles que propician la integración en la comunidad escolar.

Un día se reúnen en el patio a compartir merienda y conocimiento. Una familia que lleve un curso escolar, comunicará a las familias nuevas, su experiencia, se pregunta a los recién llegados a la escuela sobre su vivencia en el período de adaptación y se realiza una dinámica de contacto. Este curso se les ha dado dos eslabones de colores para crear una gran cadena donde se escribieron lo que esperaban de la escuela y lo que podrían aportar.

En ese encuentro se les transmite las diferentes vías de participación en la vida escolar, para que se sientan cocreadores de la educación, toda oportunidad de inclusión es un regalo para la comunidad, talleres, fiestas, decoración de patios, comisiones como biblioteca, senderismo, económica, comedor, cafés poéticos, …etc. Abrimos puertas, abrimos posibilidades para que todas entren y puedan sentir la escuela como una casa.

A finales de septiembre se hará una asamblea para todas las familias.  Este curso 2019-2020 les recibió un pequeño sketch, una llamada desde: “cuentos por teléfono”, se les regaló una vela y una cita para encender la tarta y la ilusión de ser y estar en un espacio de aprendizaje. Profesorado y familias se miran y se escuchan, se comunican la organización para el nuevo curso. Se presenta una escuela viva, una escuela que es posible gracias al encuentro de todas y de todos. Decía María Zambrano, que un hogar deja de ser hogar cuando entra un libro y desde ese instante es morada. Añadiríamos a las palabras de María, una morada llena de libros, una morada llena de corazones diversos, un lugar amable, humano, donde siempre exista esa oreja verde rodariana:

«Un día, en el expreso de Palomeras a Villaverde vi que subía un hombre con una oreja verde. No era ya un hombre joven sino más bien maduro, todo menos su oreja, que era de un verde puro. Cambié pronto de asiento y me puse a su lado para estudiar el caso de cerca y con cuidado. Le pregunté – Esa oreja que tiene usted, señor, ¿cómo es de color verde si ya es usted mayor? Puede llamarme viejo – me dijo con un guiño – esa oreja me queda de tiempos de niño. Es una oreja joven en que sabe interpretar voces que los mayores no saben escuchar: oigo la voz del árbol, de la piedra en el suelo y comprendo a los niños y niñas cuando hablan de cosas que en la oreja madura resultan misteriosas…
Eso me contó el hombre con una oreja verde un día, en el expreso de Palomeras a Villaverde».